Peñarol y River son el segundo y el tercer equipo, respectivamente, que más partidos han jugado por la Copa Libertadores. No obstante, sólo una vez se cruzaron cara a cara en una final, edición que por todo lo acontecido terminó siendo una de las más especiales de la historia del torneo continental.
Y un día como hoy, en 1966, el Carbonero le ganaba al Millonario el partido desempate y conquistaba su tercer título en la competencia de clubes más prestigiosa de América, al tiempo que River recibiría como premio un despectivo mote que lo acompañaría hasta estos días: “gallinas”.
Argentinos y uruguayos se repartían un éxito por lado en la llave final y disputaron el encuentro desempate en el Estadio Nacional de Chile para definir al campeón de aquella edición. River terminó el primer tiempo con ventaja 2-0, pero en el complemento, Peñarol igualó el juego y convirtió otros dos tantos en el alargue para sentenciar el partido y consagrarse campeón.
De todas maneras, de persistir el empate en el alargue igualmente los uruguayos hubieran sido campeones por tener más goles a favor en la suma de los tres partidos.
Pero, ¿qué sucedió en el transcurso? Varias cosas. Primero, no son pocos los que señalan como quiebre del partido una soberbia actitud de Amadeo Carrizo al parar una pelota con el pecho cuando River ganaba 2-0. Esa “canchereada” llenó de ira a los uruguayos y los impulsó con sed de revancha a flor de piel.
Otra versión señala también que ese gesto de Carrizo también enojó a sus compañeros, en especial a los uruguayos Roberto Matosas y Luis Cubilla, cuya entrega en la cancha a partir de ese momento fue tan cuestionada que hay quienes afirman que Renato Cesarini, técnico de River, ingresó al vestuario tras el partido al grito de “A mí me traicionaron”.
El entrenador tampoco se salvó de las recriminaciones por decisiones tácticas tomadas durante el partido. En el entretiempo, Cesarini sacó al lateral Alberto Sáinz e hizo ingresar al delantero Juan Carlos Lallana.
En apariencia, el defensor le había solicitado la sustitución por miedo a que se agravase una molestia que lo tenía a maltraer y el DT no sólo aceptó, sino que fue demasiado audaz al hacer ingresar a un atacante, que además había visto frustrarse su pase a Peñarol un tiempo antes, por lo que se dedicó más a provocar que a jugar.
Néstor Goncalvez, que jugó la final para Peñarol, le comentaba a la revista El Gráfico tiempo después: “El cambio lo producimos nosotros al comenzar el segundo tiempo. Nos estaban ganando con mucha comodidad y a aquel River era muy difícil sacarle la pelota.
Por eso pensamos que más que cambios tácticos lo que necesitábamos era cambiar el clima del partido para salvar la vergüenza. Entramos desesperados y echamos mano a recursos ilícitos. Eso es cierto. Les hablábamos y hasta llegamos a decirles que si ganaban íbamos a ir a buscarlos al vestuario y al hotel. Las cosas se dieron de tal manera que era un clima de guerra del cual sacamos una gran ventaja, ante la pasividad de River.
La diferencia temperamental la noté al día siguiente en la cafetería del aeropuerto cuando nos cruzamos los dos equipos. Uno de los nuestros fue a hablar por los altavoces y preguntó: “¿Quién es el papá de River?, y otra voz contestó, Peñarol!!!”, que se escuchó en todo el aeropuerto y la risa fue incontenible de todos los presentes. Nos queríamos morir, bajamos las cabezas de la vergüenza. Si eso pasaba al revés todavía estábamos a las trompadas. Nosotros no íbamos a aceptar semejante cachada que ellos si aceptaron sin chistar.”
Al regreso de aquella última final, el Millonario debió visitar a Banfield en un partido correspondiente al torneo local y fue el Taladro quien oficializó el apodo arrojando al campo de juego una gallina blanca con una franja roja pintada en el cuerpo.
Aquella edición tuvo además otros ribetes históricos, ya que por primera vez en la competencia participaron los subcampeones de cada país, mérito con el que accedió River al torneo, al tiempo que los brasileños de Palmeiras y Cruzeiro desertaron la competencia por no estar de acuerdo con la medida y los colombianos de Millonarios y Deportivo Cali eran desafiliados del torneo por irregularidades en los contratos de los futbolistas de ese país.
Por otro lado, esa Copa de 1966 determinaría un récord de goles en virtud de Daniel Onega, que hasta la fecha sigue siendo el jugador que más tantos convirtió en una misma Copa, con 17 conquistas.
El primer choque de esa serie final se disputó el 14 de mayo en el estadio Centenario, con victoria del local por 2-0 con goles de Julio César Abadie y Juan Joya. Cuatro días más tarde –y sólo dos antes del desempate- se midieron en el Monumental, partido que ganó River 3-2 con tantos de Ermindo Onega (2) y Juan Carlos Sarnari, mientras que Pedro Rocha y Alberto Spencer descontaron para los charrúas. Al no considerarse por entonces la diferencia de gol, con un triunfo por lado ambos debieron disputar un cruce más, en cancha neutral.
Aquel 20 de mayo, en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, los equipos se alinearon de la siguiente manera:
Peñarol: Ladislao Mazurkiewicz; Juan Lezcano, Nelson Díaz (Tabaré González), Pablo Forlán; Néstor Goncalvez, Omar Caetano, Julio César Abadie; Julio César Cortés, Alberto Spencer, Pedro Rocha y Juan Joya. DT: Roque Máspoli.
River: Amadeo Carrizo; Alberto Sáinz (Juan Carlos Lallana), Eduardo Grispo, Roberto Matosas, Abel Vieytes; Juan Carlos Sarnari, Jorge Solari, Ermindo Onega; Luis Cubilla, Daniel Onega y Oscar Más. DT: Renato Cesarini.
Goles: PT, 37m Daniel Onega (R), 42m Jorge Solari (R), ST, 22m Alberto Spencer (P), 27m Julio César Abadie (P). Suplementario, 11m Alberto Spencer (P), 19m Pedro Rocha (P).
Arbitro: Claudio Vicuña (Chile)
0 comentarios:
Publicar un comentario