“Si, me quedo” fue la frase final de un Merlo apurado por escupir su medido enojo y retirarse. Mostaza no quería dejar de dar la cara por especulaciones que no lo dejan dormir. Es un tipo que mide cada palabra y trata de no salirse del libreto.
Pero los pésimos resultados lo trasladan a un camino desconocido, lo sacan de su habitual imagen de personaje pintoresco para convertirlo en un ser juzgado por la prensa y por los hinchas. Hoy, golpeado como está, todos pueden pegarle. Y él intenta defensas que lo desacomodan, lo sacan del libreto y exponen sus limitaciones verbales y futbolísticas.
Mostaza apagó el incendio que los jugadores comenzaron el año pasado. Con un poco más de suerte, un planteo austero y algunas individualidades que levantaron su nivel.
Cuenta la leyenda que Merlo es un obsesivo de los números. Siempre saca cuentas pensando en los sucesivos partidos y su lógica indica los juegos que puede ganar y aquellos que elige darse el lujo de empatar. Lo hizo en el Racing modelo 2001, regalando algunos primeros tiempos y teniendo que salir a jugarse por entero cuando ya no quedaba otra alternativa. Y también lo práctico en Estudiantes, donde no fue campeón (quizás por esta teoría especulativa) pero redondeo una buena campaña.
Esto es Mostaza, un tipo de palabras y riesgos limitados. Lo sabían los desesperados dirigentes que lo llamaron allá por octubre del año pasado, lo sabían los jugadores que sumaban dos puntos en doce fechas y lo sabían los hinchas que se aferraron a la estampita sagrada del santo milagroso.
Esos mismos dirigentes que con peleas mezquinas abandonaron un club en crisis futbolística y tiraron a la basura algunos años de estabilidad y tranquilidad que tanto había costado construir. Aquellos que parecían haber encontrado un perfil con las llegadas de Russo, Simeone y Zubeldía y terminaron por resignar los proyectos en busca de un par de victorias.
Son los mismos dirigentes que permitieron que Llop prescindiera de Maxi Moraléz, que dejaron libres a Yacob y a Marcos Cáceres, que remataron a Fariña y Centurión y no tuvieron ni voz ni voto en el alejamiento de Pelletieri.
De los once jugadores que terminaron el torneo final 2013 con Zubeldía (sumando 65 puntos en la temporada), la noche del corte de luz y los festejos desmedidos por el descenso ajeno, sólo tres abandonaron el plantel: Pillud (resistido hasta el hartazgo), Fariña y Centurión. ¿Qué puede pasarle a una base de ocho hombres que juegan juntos desde hace casi tres años? ¿Por qué ningún entrenador puede volver a convertirlos en el conjunto respetable que fueron hace menos de diez meses? Me niego rotundamente a creer en cuestiones futbolísticas.
Hay un componente psicológico que los hace entrenar, conocer a sus compañeros, ver videos del rival, concentrarse, hacer los movimientos precompetitivos, ingresar al campo y levantar las manos como hacen todos los jugadores de fútbol pero dejan de serlo justo en ese momento. Como si un hechizo se apoderara de sus cuerpos y sus mentes para dejar de ser lo que fueron y convertirlos en tipos de habilidades escasas como cualquiera de nosotros. Ya no corren más que yo, no juegan mejor que yo, ni dan dos pases seguidos, cosa que yo tampoco podría hacer.
Y el último componente de esta ensalada podrida son los hinchas. Los que pidieron que se vaya Russo, Simeone y Zubeldía sin medir las consecuencias. Los que sólo piensan en lo chiquito, en el partido de hoy, olvidando cualquier intento de construcción a mediano o largo plazo. Los que van dispuestos a odiar en lugar de disfrutar. Los que gozan más del sufrimiento ajeno que de la alegría propia. Esos también le hacen mal a Racing y lamentablemente cada día parecen ser más.
Julián Armas, periodista deportivo
@julyarmas